Volvamos a la fuente

Bartolina era una señora muy cariñosa, y buena cristiana por demás, a quien tuve el privilegio de conocer en los tempranos días de mi vida. Carecía de los más elementales recursos para cubrir sus necesidades básicas, pero su carácter servicial, su don de gente y en especial un gran amor por los niños, constituía su mayor riqueza.

Mi hermano Daniel, fue uno de los más impactados por el cariño de Bartolina, tanto así, que un día, en su inocencia, le preguntó a nuestra madre, si era posible cambiar de madre, cuando uno se hacía grande. Porque de ser así, él quería que Bartolina fuera su madre.

El deseo de mi hermanito era imposible que pudiera cumplirse, porque madre solo hay una, lo único que él podía hacer, sería querer a Bartolina como a una madre, servir a Dios como ella lo hacía, y dar a otros el mismo afecto que de ella recibía.

La bondad de Bartolina, era solo el reflejo del amor de Dios obrando en su vida.

Y es que cuando El nos gobierna, todo nuestro entorno es tocado de manera positiva. Hay satisfacción en servir y dar a otros, un poquito del inmenso regalo que hemos recibido.

No importa cuán duro nos golpee la adversidad, el cristiano avanzará siempre, lleno de esperanza, confiado en Aquel que nos amó primero, y en la certeza de que pronto, vendrán mejores días.

¿Por qué no dar amor en vez de odio? ¡Hagamos la prueba! Es fácil, si cambiamos de actitud frente al prójimo. Y más aún, si volvemos a la fuente del amor verdadero.

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